Ya era miércoles, desde el domingo estábamos con mis padres en una casita hermosa en la playa, a una cuadra del mar. La abuela Cora estaba con nosotros. Ella vive en su apartamento, pero todos los eneros, de los 12 que ya tengo, se va de vacaciones con nosotros. Es lindo que la abuela nos acompañe, principalmente porque a la noche es ella la que cocina esas riquísimas pizas o tortas de fiambre, que con mi hermana Sara devoramos a justo.
Estaba en la baranda poniéndome al día con mis amigos por chat, ¡Cuántas cosas pasaron desde el viernes! El olorcito de la torta en el horno me desconcentraba, cuando algo me desoriento…, mi cabeza se sacudió fuertemente y todo voló. Después entendí que el que volé fui yo, porque lo que me saco de la silla fue un tremendo pelotazo.
Me levante enfurecido y grite:
_ ¡Saraaa! Mi madre respondió desde la hamaca:
_Está en el baño, Manuel.
Miré a todos lados, nada había allí, nadie andaba por allí. Lo llamé a Jopo, el perro, lo mire, imposible que seas vos, pensé. Regrese a mi importante tarea de ponerme al día con la barra. Dejé la pelota en la silla esperando que alguien viniera por ella. De a ratitos la miraba, como preguntándole, ¿De dónde saliste vos? No tuve que esperar mucho para descubrir el misterio. No habían pasado cinco minutos cuando escuché la vos de la abuela:
-Manuel, ¿Encontraste una pelota en el patio?
- Voy – grité, al tiempo que la tomaba y caminaba al frente arrastrando las chinelas. Ahí estaba, un señor enorme con cara muy seria me miraba fijamente, detrás de él se asomó tímida mente Juan, mi compañero de nivel 4. ¡Cuántos años que no lo veía, más de 5 años! Desde aquella fiesta de fin de cursos que bailamos disfrazados duendes.
Estaba muy gordo y casi ni me miró. La abuela hablaba sin parar, mamá acotaba alguna palabra mientras papá entablaba una conversación coherente con Joaquín, el padre de Juan. Tímidamente le alcancé la pelota y él sin mencionar palabra la tomó. Después de unos minutos la reunión se terminó, Juan y su papá se alejaron hacia el portón despidiéndose de todos. Me quede muy triste, lo miraba y no podía creer, antes éramos como hermanos.
De repente Juan se da la vuelta y me dice: Manuel
- ¿A qué hora vas a la playa mañana? ¿Vamos juntos? -Si vamos… ¿Queres quedarte a comer la torta de la abuela ahora?
Juan se quedó a comer, y ahí si, empezaron las vacaciones para mí.