“Los amigos se necesitan en la prosperidad y en el infortunio, puesto que el desgraciado necesita bienhechores, y el afortunado personas a quienes hacer bien. Es absurdo hacer al hombre dichoso solitario, porque nadie querría poseer todas las cosas a condición de estar sólo. Por tanto, el hombre feliz necesita amigos”, decía Aristóteles. En el mundo greco-romano la amistad constituía un gran valor y uno de los sentimientos más honorables y auténticos que se podían experimentar. Actualmente, en nuestro mundo acelerado y materialista, la amistad no siempre se tiene en tan alta estima. Está más de moda el “intercambio” o el quid pro quo que la generosidad que requiere la amistad. Por otra parte, hacer un amigo requiere tiempo y dedicación, la amistad se lleva mal con las prisas y crece mal en un mundo competitivo e individualista, porque el amigo de verdad desea el bien del otro con desinterés y serenidad. Es decir: la amistad es uno de los sentimientos más altruistas y sinceros que pueden existir.
Combatir la soledad inherente al ser humano y a la existencia misma -paliarla al menos-, es la necesidad que ponemos más empeño en satisfacer una vez hemos dejado de padecer hambre o sueño. El amor es otro de los grandes bálsamos que se pueden encontrar en este sentido, pero la amistad -en realidad una forma de amor- es una alternativa más fácil, gratificante y segura: puede ser tan satisfactoria como el amor y resulta mucho menos dolorosa y arriesgada. La amistad implica menos sufrimiento porque, a diferencia del amor, no entraña una dependencia. Nos separamos de nuestros amigos sin dolor. Cuando estamos con ellos no nos preocupa el futuro de nuestra amistad, algo que es motivo de angustia en una relación de pareja, sino que nos dedicamos simplemente a disfrutar del momento presente. “La amistad tiene horror del sufrimiento y cuando puede lo evita”, escribe Francesco Alberoni.
También se dice que “cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”. “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry es una meditación sobre la soledad del hombre y en ella el autor defiende la amistad como el único elixir capaz de enriquecer la vida humana. Cuando el zorro encuentra al principito en su planeta le dice: “Domestícame”. -Ven a jugar conmigo – le pide el principito-. ¡Estoy tan triste! -No puedo jugar contigo le contesta el zorro. No estoy domesticado.
Cuando nuestro pequeño protagonista le pregunta: “¿Qué significa domesticar?” El zorro lo tiene claro: “Es algo demasiado olvidado, significa crear lazos. Para mí, tú no eres más que un niño parecido a cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. Para ti no soy más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si me domesticas, nos necesitaremos el uno al otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo. Si me domesticas, mi vida se bañará de sol”.
Y es que un amigo nos libera, nos permite salir de la jaula de nuestra mente y compartir nuestro mundo con el mundo de otra persona enriqueciéndonos. Efectivamente, la experiencia del amigo nos permite descubrir cómo somos, ver qué diferencias tenemos con los demás, nos permite comprender otras formas y estilos de afrontar la vida. Tener amigos sigue siendo una buena medida de lo que somos como seres humanos.
Algunos psiquiatras afirman que muchas de las patologías que se dan en la actualidad se derivan de nuestra forma actual de vivir, que dificulta la creación de vínculos auténticos con los que nos rodean. El progreso tecnológico que facilita más que nunca la comunicación entre las personas no asegura la calidad de esta comunicación ni posibilita la intimidad que requiere una relación de amistad.
Los amigos son también un punto de referencia de un tiempo y una identidad perdidas. A través de un amigo es cuando recordamos aquel trabajo perdido, aquella niñez idílica o los momentos de cuando éramos estudiantes. En este sentido los amigos constituyen también un elemento mágico porque son capaces de retener el pasado y traerlo al presente. Son un valioso testimonio del paso del tiempo.
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